Llovía
copiosamente, como habían llovido los goles que San Martín de San Juan le repartiera
a Boca en abril de 2013. Pero esta crónica no se sitúa en aquel abril sino unos
meses después, durante un Día de la Madre que ahora se me vino a la memoria.
Como
dictaba cierta costumbre, mi vieja eligió un lugar para ir a almorzar, el cual
para conservar la incógnita geográfica diré que era bastante elegante (como le
gusta a mi señora madre): mesa con un arreglo floral, vajilla y utensilios de
diseño que convocan mis antiguos nervios de mozo ante la platería innecesaria.
Aún
así, lo más decorativo de ese mediodía lluvioso no serían los utensilios de
mesa sino una suerte de escena paralela al pollo con papas noisette que pediría. Ni bien el mozo se retiró con el pedido y
antes de que pudiera reanudar la conversación con mamá, escuchamos que la mujer
sentada en la mesa de la izquierda preguntaba lo siguiente a su mozo:
–Disculpe,
¿todavía no llegó Mercedes Forti?– mientras se acomodaba en su silla, en cuyo
respaldo ya había puesto su abrigo colorido– Me dijo que iba a estar acá.
El
mozo tardó en calzarse la respuesta o reacción más o menos apropiada. Dijo que
iba a preguntar a la recepcionista a ver si se había registrado en alguna otra
mesa. La señora aprovechó para pedir una copa de vino.