Hacer acrobacias en una pestaña puede parecer más complicado de lo que es, pero a fin de cuentas se la puede remar. Para desmitificar el mundo, este blog-cajón de sastre con las crónicas de un acróbata mal pago.

jueves, 31 de mayo de 2012

Crónica platense 5: Jazz gourmet, torrontés y fuego...

Cualquiera piensa a simple vista que vivo a paty y salchicha con arroz. Sin embargo, ni me desvivo por las alpargatas de paquete (a.k.a. hamburguesas) ni me gustan las salchichas luego de la gráfica explicación de Lisa Simpson sobre cómo están hechos esos embutidos. La verdad es que me gusta cocinar… cuando puedo hacerlo, y en aquellos días no tenía mucho tiempo. La Plata no es una ciudad indulgente con los que corren entre las agujas y las rayitas.
Pero ese sábado trabajaba a la mañana y tuve la noche desocupada. Sólo una vez más en la vivienda, quise celebrar el reconocimiento que me hizo ese día el capitalismo keynesiano (entiéndase: cobré) haciendo una retribución al capitalismo keynesiano (entiéndase: me compré un vino y decidí cocinarme algo medianamente elaborado).
La receta era rara. No sé aún hoy en día de dónde la saqué, pero sonaba linda. Seguramente salió de esos cuelgues en los que estiro hacer algún trabajito escrito pedorro con sesiones de dos horas de El Gourmet.com. 200 de ajíes, sal y pimienta a gusto, 1 hora de Iain Ballamy o lo que hubiera en en rígido y había que pasar la carne por el horno primero para luego darle un toque el la sartén con unos vegetales (sic, creo). Lo que sí sé es que corté los morrones con un vaso de torrontés al lado que me acompañó luego a contestar los textos. Aquel texto plagado de puteadas inconexas me hizo querer agarrar la sartén que estaba en el fuego y partírsela en la cabeza a quien estaba del otro lado de la línea.
«Mañana si sigo con el ataque culinario me hago un lemon pie para sacarme la calentura», recuerdo que me dije cuando apreté la última tecla. Me estaban agarrando esas conductas de gordo de alma que ahoga emociones de cualquier índole con algún tipo de grasa saturada. Más vino entonces para que las burbujas sacaran ese puto texto de mis neuronas. Y por cierto que el Trapiche hizo más tolerable aquella película pedorra que pasaban en I-sat.
Pero el vinito embotó sentidos con su cuerpo. No es la primera vez que un cuerpo distrae a un hombre, pero por lo general son cuerpos humanos y no cuerpos con cadenas químicas de hidroxilo; esta vez bastó para que mis aventuras culinarias se pasaran de la ralla. Digamos que nunca planeé hace carne mechada o flameada, pero eso es lo que obtuve. Al menos reaccioné cuando sentí olor a quemado y ví cómo las flamas bailaban un Daddy Yankee en las sartencita que ahora es propiedad de las montañas de CEAMSE. Me hizo recordar al relato de una amiga sobre un día que estaban en pedo en un auto riéndose y el fuego que surgió del capó les cortó el etílico al toque. «¿El fuego siempre te trae de vuelta a la realidad?» pensaba ante los restos de mi cena y sabiendo que a esa hora todo estaba cerrado.
Cocina y vino serán buena combinación, pero no cuando se entromete la puteada y la bronca en menos de 100 caracteres digitales que te desconcentran.

Posdata musicosa: Tnego idea de que para el momento en que ví el fuego comiendose mi comida estaba sonando esto:

Labyrinth Ear - «White Gold »






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