Hacer acrobacias en una pestaña puede parecer más complicado de lo que es, pero a fin de cuentas se la puede remar. Para desmitificar el mundo, este blog-cajón de sastre con las crónicas de un acróbata mal pago.

lunes, 11 de septiembre de 2017

Suerte de piedras



–Parece que no tenés suerte– dijo Patricia cuando ya estábamos sentados dentro del colectivo. Se refería a que había ido con ella hasta el Partenón con la intención de tocarle la puerta a Atenea para pedirle una tacita de azúcar y había fracasado. Las deidades no eran muy buenas vecinas, según parece. Tampoco lo eran las sibilas, pues dos días antes había ido a Delfos a pedirle el horóscopo a la adivina del templo de Apolo y no la había encontrado.
–Sólo faltaba que en la roca de la sibila hubiera un cartel que dijera “Me fui de vacaciones. Vuelvo en quince días” o algo parecido. Este país respira menos mitología de la que yo pensaba– dije.
–Sólo a vos se te ocurre venir a Europa un 12 de enero.  
El colectivo no estaba lleno pero nos sentamos en uno de esos asientos miran hacia la parte trasera y dejan ver las calles que el recorrido olvida. Sí, esos asientos que producen mareos y arrepentimiento de haber comido pesado. Además era un colectivo-acordeón, de esos que en La Plata había ensayado la línea este sin mucha repercusión en 2011.
En la siguiente parada constaté algo que Pato me había dicho: nadie pagaba el boleto en la ciudad de las ruinas. Resulta que como en Atenas se ingresa al colectivo por cualquier puerta, nadie pagaba el euro con diez que exigía la respectiva maquinita y al conductor poco le importaba que los pasajeros hubieran hecho costumbre del abuso del subsidio al transporte.
–Y el agua mineral también está subsidiada. Viste que una botella no te sale más de 50 centavos de euro en ningún lado. Lástima que no subsidien los sublakis–.  Nos reímos pensando en aquella comida que funcionaba como nuestro reemplazo helénico del choripán que tanto extrañábamos. Pato aún más porque ya llevaba dos años en esa ciudad que había visto gatear y morir imperios.
Faltaba un tramo todavía. La parada que nos dejaba en el barrio Galatsi, donde estaba su departamento, era la anterior al final del recorrido, a pocas cuadras de la terminal. Ya me había habituado a ver el edredón de mármoles y ladrillos modernos que configuraban esas cuadras del recorrido. No, micro no, colectivo. Siempre la misma discusión entre los platenses y la gente de otros lados. Como con pollajería, la rambla, el diagonal. Ni ella ni yo habíamos nacido platenses y habíamos pasado toda una carrera universitaria defenestrando las particularidades léxicas de nuestra querida ciudad adoptiva. En eso, el español platense era una lengua que no reconocíamos como nuestra casa.
Piedra, piedra mas piedra y grifos engarzados en donde fuera. Que ciudad redundante.
–¿Te fijaste cuanta importancia le dan a las piedras en esta civilzación?– pregunté. A algo tan inerte... Pero hay piedras con nombre por todos lados. La piedra de la sibila –que no estaba de guardia–, la piedra de Tarpeya, la piedra de la Atenea Niké, la piedra de Sísifo.
–La de Tarpeya es de la mitología romana.
–Bueno, si se afanaban mutuamente las deidades, che. La cosa es que le dan mucha importancia a las piedras.
–Cierto– asintió ella–. Le dan más bola que al olivo casi. Supongo que quedaron traumados con lo de Sísifo. Qué castigo: hacerlo subir una piedra que siempre se vuelve a caer de la montaña. Nunca lo mata pero la piedra termina por aplastarle el alma.
–Espero que no me pase eso mañana cuando vayamos a avistar minotauros en Creta. Desde ya te digo que si no veo uno, que me aplaste alguna roca y me armo un naufragio en el mar Egeo para mí solo. La piedra me parece que lleva menos parafernalia igual. Pato, tratá de que sea milenaria así muero con algo de prestigio.
–Lucas, ya estás en Atenas; suficiente prestigio con eso. O resérvate la muerte para cuando estés en París y de última te morís en una zanja. Pero de París– dijimos esto último al unísono.
Estábamos por llegar a la parada final.
–Por cierto, Pato, este es el momento que te diga que me afané una piedra histórica del templo de Atenea cuando el guardia no veía. Y como no tenía bolsillo te la metí en ese de tu carrera. Por eso te pesaba cuando te ayudé a subir el escalón del micro... Digo, colectivo. Perdón por hacerte pensar que te estabas volviendo señora a los 30 años.

domingo, 28 de agosto de 2016

Y después


Instrucciones para comer helado dentro de un ascensor

Tanto el sentido común como las normas sanitarias y los arquitectos no recomiendan la ingesta de ningún tipo de alimento dentro del ascensor. No obstante, cualquier persona puede encontrarse en el apremio o la urgente necesidad de comer en cualquier lugar y momento. Por lo tanto, brindaremos algunas recomendaciones para llevar a cabo esta práctica. Se recomienda seguir los pasos en el orden establecido:
1. Elija un amigo con un edificio dividido en al menos dos bloques. Esto es crucial para propiciar una de las condiciones básicas que es el aislamiento y la falta de comunicación dentro del espacio disponible.
2. Se recomienda que el ascensor tenga espacio para un máximo de dos personas. En caso de ser posible, seleccione un ascensor de modelo antiguo, uno de aquellos que cuentan con una puerta de rejas que, al extenderse para convertirse en puerta, forma rombos elegantes. El objetivo es evocar el recuerdo de aquellas rejas protectoras que nuestros padres utilizaron en nuestra infancia para limitar áreas de juego y primeros pasos. La nostalgia nunca está lo suficientemente bien valorada; por lo tanto, aquí puede ejercerla. Los detallistas intentarán recorrer casas de antigüedades o herrerías para buscar este tipo de puertas y colocarlas en el ascensor.
3. Con el amigo o amiga seleccionado, reúna un grupo de personas que acuda al departamento con alguna buena excusa. Puede ser un partido de fútbol, un cumpleaños o el estreno de un nuevo sillón. Deberá ser un sábado a la noche para propiciar mejores condiciones.
4. Ofrézcase a ir a comprar helado pasadas las once de la noche. Consiga compañía para dicha empresa. Si la compañía es femenina, mejor. 
5. Es importante seleccionar una buena heladería, una que mantenga un interesante equilibrio entre el precio del producto y su sabor. Si ud. es de esas personas que gustan del dramatismo, compre no uno sino dos kilos de helado.
6. Regrese al edificio, ingrese al ascensor y pulse el botón para ir al piso cinco. Espere a que el mismo se trabe entre el tercer y el cuarto piso. En caso de que no ocurra, repita la operación una y otra vez. Si es necesario, haga que el elevador se atore por medio de la manipulación de la puerta de rejas o de los botones presionados todos al mismo tiempo en un rapto de locura.
7. Pulse repetida e inútilmente el botón de alarma. Su compañera le hará notar la cantidad de ruido de música proveniente de los diferentes departamentos del bloque. Esto indicará que todo el mundo se encuentra, digamos, «de joda» o «echando una cana al aire», como dicen los abuelos.
8. Vuelva a pulsar el botón. Vea como su compañera se hiperventila. Hiperventílese usted también para no desentonar.
9. Su compañera tendrá la sensata idea de llamar por teléfono a los amigos que se encuentran en el quinto piso esperando el helado (y a uds., en su defecto). Se dará cuenta de que en el elevador no tiene señal, por lo cual la puerta de rejas se volverá clave. En un intento que desafía la gravedad, leyes de la física y geometría, ud. y su compañera intentarán capturar la elusiva señal deslizando su teléfono por entre los rombos de las rejas con el deseo de que las compañías de teléfono de ambos logren tener mínima cobertura en ese sitio tan a trasmano.
10. Logre hacer una llamada, pero que nadie los atienda dentro del departamento porque probablemente se encuentren ocupados o entretenidos.
11. Recurra a métodos clásicos: pida ayuda por medio de la cavidad bocal emitiendo gritos para que los vecinos del tercero o cuarto piso lo escuchen. Fracase. Solo así su corazón se resignará por unos 15 minutos más.
12. Acumulados 15 minutos de resignación mas unos 10 desde el intento original de de subir al quinto piso, percátese del estado de semi-liquidez del helado. Con su compañera se sentará en el suelo ascensor con resignación, tanto por su situación como por la del alimento. Decídase a comerlo antes de que se eche a perder. No habiendo pedido cucharas en la heladería dado que cuenta con un departamento debidamente equipado, diseñe adminículos simil-cucharas con el telgopor del envase para «cucharear» el helado. En caso de que esto sea inviable por su inhabilidad para las manualidades con materiales sintéticos, solicite a su amiga que hurgue en su cartera recurriendo al típico mito machista de la cartera femenina como caja de Pandora que contiene lo que sea. Si ella posee alguna cuchara descartable, ud. estará en la gloria. En caso de no poseerla, recuerde que sus ancestros en la especie no siempre poseyeron cubiertos. Disponga de su dedo a modo de garfio para comer el helado. Puede esperar también a que se derrita un poco más y beberlo inclinando el recipiente dramáticamente a más altura que su cabeza y verterlo cual cascada de diferentes sabores.
13. Sea encontrado en medio de tal escena (a posteriori calificada de «enchastre»); deberá hacerlo uno de sus amigos que ha bajado para ver si les había ocurrido algo. Rece a todas las religiones porque ese amigo no haya traído un teléfono celular con cámara y rápida conexión a redes sociales. Olvídese de su dignidad por algunas semanas.
".